Destructora de espadas by Victoria Aveyard

Destructora de espadas by Victoria Aveyard

autor:Victoria Aveyard [Aveyard, Victoria]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9786075576589
editor: Océano Gran Travesía
publicado: 2022-10-01T00:00:00+00:00


16

LOS LOBOS DE TREC

Corayne

Esto es mucho mejor que colarse entre túneles húmedos y guardias armados, pensó Corayne, recordando cómo había entrado una vez en el palacio de Erida. El castillo del rey de Trec era mucho menos difícil, ahora que el príncipe Oscovko lideraba el camino.

Chasqueó los dedos y las puertas del castillo se abrieron por completo, el puente levadizo se elevó con el ruido de la cadena de hierro. El príncipe atravesó la puerta sin siquiera mirar atrás, con sus fornidos compatriotas del campamento de guerra a cuestas.

La ciudad ponía la mente de Corayne en vilo, y se alegraba de dejarla atrás, de que los muros del castillo se la tragaran. Sólo el olor de las calles había sido casi insoportable. Dulce, salado y asqueroso a la vez, estrellándose en sus sentidos. A Corayne todavía le escocían los ojos por el humo, incluso cuando se le hacía agua la boca por la carne que se cocinaba y el pan recién horneado. No había fruta en los mercados. Estaban demasiado al norte y el otoño ya estaba muy entrado para ello. En Lemarta, a Corayne nunca le había faltado comida fresca. Ahora le dolía su ausencia, después de tantos días de carne y galletas duras en el Camino del Lobo. Apenas recordaba el sabor de las aceitunas o las naranjas, o el buen vino de Sicilia. Con una pizca de tristeza, Corayne se dio cuenta de que echaba de menos su hogar. La brisa salada, las colinas de cipreses. Los pescadores en el puerto, los caminos de los acantilados y la pequeña casa de campo. Un cielo azul sobre un mar todavía más azul. Pensó en su madre y en el Hija de la Tempestad. No tenía ni idea de dónde estaban ahora. ¿Todavía navegando hacia Rhashir, buscando riquezas? ¿O hará lo que le pedí, y luchará?

Corayne conocía tan bien a su madre, y a la vez no la conocía en absoluto. No podía predecir qué camino tomaría la pirata. La incertidumbre era una aguja en su piel, nunca olvidada, pero a veces ignorada.

Con energía, Corayne sacudió la cabeza y levantó los ojos, desechando sus dudas lo mejor que pudo. Observó el patio interior del castillo, más pequeño que la plaza exterior. Un gran torreón lo cubría todo, ennegrecido por el fuego hacía mucho tiempo. Corayne vio un cuartel, un establo y una capilla construidos dentro de la muralla. En comparación con el Palacio Nuevo, parecía estrecho y cerrado, y los altos muros dejaban todo el patio a la sombra. Por un momento, Corayne comprendió por qué Oscovko prefería vivir en el campo de guerra, fuera de la ciudad.

Los perros aullaban cerca de los barracones, una manada de sabuesos cuyo pelaje iba del amarillo al gris. Corayne los miró, recordando lo que Andry había dicho sobre los lobos. Pero los únicos lobos que veía eran de piedra o de hilo, de color negro o blanco real, esculpidos en las paredes o bordados en las numerosas banderas y túnicas.

El príncipe Oscovko les hizo pasar a un ritmo acelerado.



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